domingo, 12 de septiembre de 2010

Destino

Una mañana más, como todas, Deifontes salió de su casa para dirigirse a la Universidad. Salió del portal y tomó el mismo camino de siempre pero de nunca. En los últimos meses había cambiado su itinerario. Toda su calle había estado en obras y debía hacer parte del camino a pie hasta llegar a la parada de autobús más cercana. Desde hacía unos días acá podía coger el autobús en la parada de enfrente de su casa, pero seguía dirigiéndose a la lejana por el simple placer “de no perder la costumbre”.

Por lo tanto, como todas las mañanas, siguió el mismo camino. Avenida arriba. Pasando cerca del kiosco y observando algunos de los titulares de los periódicos que apenas acababan de encontrar su hueco en el mostrador. Adiós a su verdadera marquesina. Avenida arriba. Pasó el hospital donde una rezagada ambulancia se resistía a volver a su aparcamiento. El olor del desayuno de aquellos afortunados que hoy tomaban croissant fuera de casa. El aroma del café recién hecho, que aunque no le gustaba su sabor, disfrutaba oliéndolo todas las mañanas. Avenida arriba. Las 7 y media y la anciana de siempre ya está sentada en el patio de aquella casa, como todas las mañanas, tomando un zumo de naranja mientras lee: “La Razón” sin levantar la vista más que para saludar a los transeúntes que ya le son habituales. Como ella: -¡Hola muchachita! Y la parada de autobús. La misma mujer embarazada de los últimos meses, el mismo chico de siempre con aire distraído y bohemio, el mismo padre que una mañana más acompaña a sus hijos al colegio mientras carga con su desgastado maletín. Y el mismo autobús. La misma rutina de todos los días que empieza a las 7 y no termina hasta que llega a casa, a las 2 y media. Pero no deja esta monotonía atrás hasta que vuelve a su morada. De nuevo, vuelta a empezar, o a terminar. También decide bajarse todos los días en la misma parada. Con casi la misma gente que comparte el autobús por las mañanas o al menos, los asiduos de siempre, a los que se ve todos los días pero con los que no se atreve a intercambiar ningún gesto o palabra. Esta vez la anciana está dentro, tal vez haciéndose la comida o durmiendo la siesta, piensa que quizás nunca sabrá qué hace a estas horas. Quizá. Demasiada gente en el bar. Tranquilidad en el hospital. ¡Lástima! Hoy no habrá piruleta, el kiosco acaba de cerrar. Y el chico de todos los días, que espera sentado en los escalones de su portal. Nunca ha averiguado qué espera o por quién está allí. Siempre le ve pero él nunca la mira. Nunca la saluda. Parece como si no se diera cuenta de que pasa por su lado. Nunca la ve.

Y vuelta a empezar…

Pero un día de esa rutina fue distinto e igual a los que le seguían. Ya no se encontraba tan asiduamente al chico del autobús de todas las mañanas y al volver a casa tampoco había ningún chico sentado en los escalones del portal, ni siquiera cerca. Dos de aquellas personas misteriosas que formaban parte de su rutina habían desaparecido, pero en su lugar aparecieron sorpresas y sensaciones que nunca había experimentado y que no sabía si tenían alguna relación con la repentina desaparición. Al traspasar el portón, un mundo nuevo se descubría ante ella. El primer día, post-it en forma de corazón de todos los colores inundaban las paredes del portal hasta el ascensor. En ellos especificaba claramente que iban destinados a “La chica estudiosa del 2ºE”, que curiosamente era ella y a esta aclaración le acompañaban distintas citas, todas diferentes que no se repetían, de diversa temática: amor, sabiduría, felicidad, verdad, ser humano… Quienquiera que fuese había descubierto su amor por las citas célebres y le había alegrado la mañana. Recogió uno a uno todos los corazones, desde aquel rosa con una cita anónima: “Todos los problemas tienen la misma raíz: el miedo, que desaparece gracias al amor; pero el amor nos da miedo” hasta el otro verde que hacía referencia a palabras de Shakespeare, uno de sus autores favoritos.

Pero aquella no fue la única manifestación, pues en los días siguientes se sucedieron otras muchas: pequeñas cartulinas en forma de huellas que indicaban por el suelo el camino hasta la puerta de su casa, subiendo escaleras incluso, en la cual había un sobre pegado con celo. En su interior tan sólo una frase: “Sé feliz”. Orden que intentó llevar a rajatabla durante toda la jornada, cosa que no le fue difícil porque el llegar a casa con una sonrisa le había facilitado el trabajo Pero la mejor de todas fue la del ascensor: su interior estaba forrado con postales que representaban imágenes de países europeos, en cuyo reverso aparecía “Rosa” en los diferentes idiomas de la procedencia de tales postales. Y cuál fue su grata sorpresa cuando en el hueco de la cerradura habían enganchado con sumo cuidado una delicada y bella rosa roja. Su aroma le acompañó en su habitación durante una semana y una vez marchita, la secó para que siguiera evocándole aquel olor cada vez que la mirase y así acostarse como lo había hecho aquella noche: soñando que dormía en un jardín de rosas mientras una sonrisa de ilusión inundaba su cara. ¿Quién pensaba en ella? ¿Quién quería que fuera feliz? ¿Quién “perdía” su tiempo en robarle sonrisas?

Pasaron los días y las sorpresas, sin saber quién las producía. Un sentimiento de ilusión y curiosidad por descubrir quién era el que estaba tras todo ello, cruzando los dedos para que su admirador secreto fuera aquel que le hacía sentir cosquilleos algunas veces. Pero toda ilusión tiene un final y éste se produjo una de aquellas tantas mañanas haciendo su ruta habitual. Cuando pasó por la casa de la anciana, ésta la llamó insistentemente. Ella sabía que si acudía perdería el autobús, pero no pudo resistirse ante la curiosidad que le invadía por saber qué era lo que ésta quería de ella. Nada más acercarse, le invitó a entrar para mantener una incómoda y reveladora charla:

- Te llamas Deifontes, ¿verdad?

- Sí, pero cómo…

- Qué cómo lo sé te preguntaras, ¿no? Me es inevitable saberlo, ya que nuestras familias, aunque no lo sepas están forzadamente unidas. Por eso sé que tu madre y tu abuela también se llaman así. Es una antigua tradición que hay en tu familia y que atormenta a la mía. ¿Ves aquel pozo que hay en el patio? No sé si lo veías desde la calle, pero si te acercas a esa ventana podrás observarlo mejor. ¿Lo ves? Bien…A él tal vez podríamos llamarlo nuestro “nexo de unión”.

- Perdone, pero no entiendo nada…

- Seguramente es mejor que no lo entiendas y que te limites a creerme, porque lo que te voy a narrar parece cuestión de brujería. Mi hermano, siendo yo muy pequeña y él apenas habiendo superado el año de vida, trepó por las jardineras colindantes al pozo, hasta que se cayó en él. Nuestra madre se fijó en él en el momento justo en el caía, sin poder evitar que desapareciera dentro. Creyendo lo peor, se acercó encomendándose a Dios para que su hijo estuviera sano y salvo. Pareció como un milagro el que el cubo del pozo lo recogiera y lo encontraran con vida. Desde ese momento creyeron que la fuente era milagrosa y siempre se refirieron a ella como “La fuente de Dios”. Cuando creció, mi hermano conoció a tu abuela enamorándose locamente de ella, hasta llevarle a la obsesión tras que ésta le rechazara inevitablemente. Y la historia se repitió con mi sobrino. Exactamente igual, paso por paso. La caída en la fuente, la salvación de éste y el consiguiente rechazo por parte de tu madre hace un par de décadas. Pero a diferencia de su padre, éste no logró superarlo y no se ha vuelto a enamorar de ninguna mujer hasta el día de hoy. Por lo que pensamos que ya no volvería a suceder, ya que no había ningún varón más en la familia. Hasta que mi hija me dio la querida y desafortunada noticia de que tendría un nieto. Hice todo lo posible para que no se acercara a la fuente. Pero un día me despisté cuando llamaron a la puerta y el niño se apresuró a ésta cayéndose en ella. No le ocurrió nada tal y como esperaba pero sabía que se enamoraría tarde o temprano de una de tu familia y que haría lo imposible para conquistarla. Y creo que ha llegado el día, ¿o me equivoco? Él no ha querido contarme nada, pero yo sé que ya ha alcanzado la edad límite y que seguramente ya haya dado contigo.

- Lo siento, pero esto es demasiado para mí. Hace tiempo que dejé de creer en cuentos de hadas, y su historia parece estar sacada de la ficción. Creo que debería irme, tengo que llegar a las clases y…

- No, Deifontes, por favor, ayúdame. Hace tiempo que veo que mi nieto ha cambiado sus hábitos y seguramente sea por ti. Ha cambiado su horario, sus rutas e incluso la parada donde toma el autobús. Es más, un día me pareció haberlo visto sentado en tu portal. Y puede que todo sea por ti, por amor. Por un amor que no puedo dejar que le haga el mismo daño que ya sufrieron mi sobrino y mi hermano. Tienes que conocerlo y…

- Mire señora, no puedo creerme todo esto. Y aun si fuera realidad yo no podría hacer nada. No lo conozco, no sé de quién me habla. Tal vez si pueda entenderlo, porque hace tiempo yo también cambié mi parada de autobús por amor. Y por ello yo también quiero sentirme correspondida. Por un chico distraído y bohemio al cual veo todos los días y aún no he conseguido que me salude. No quiero hacerle daño a su nieto, así que por favor ruéguele que si es él el de las sorpresas deje de hacerlas. Me encantan todos esos detalles, pero no quiero ser la responsable de una obsesión dañina. Adiós…

Y Deifontes se marchó sin más. Sin querer mirar atrás oyendo en la lejanía las súplicas de la anciana que había salido tras ella y sin creerse todavía lo que acababa de escuchar. Por suerte llegó justo a tiempo para coger el autobús. El último en subir era precisamente aquel por el que ella estaba allí. El chico bohemio y con aire distraído. El chico de la parada de autobús. Ese día había acudido pero tampoco le saludó, en cambio sí que hizo un gesto de despedida en dirección a la casa que ella acababa de visitar. Mientras pagaba su billete, la carpeta que llevaba se cayó. Y un puñado de post-it de colores y postales variadas se desparramaron por el suelo…

3 comentarios:

  1. Qué historia taaaan bonita!!!

    ¿Habrá continuidad? porfi síiiii!!!!

    Me ha encantado tu blog, un besito!

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  2. muchas gracias por pasarte! mira pues ya sabes q quien te recordaba jejeje

    besitos!!!

    por cierto... Deifontes es un pueblo cercano al de mi padre y al ver tu imagen pense "no sera de alli!!???" jejeje

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